"Todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Y ésta es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes."(1 Pedro 1:24-25)
El lunes comenzamos a construir la semana. Cuando llegamos al fin de semana, miramos hacia atrás y vemos una semana construída con sacrificio, trabajo, estudios, viajes, obligaciones, corridas, marchas y contramarchas..., en fin, observamos el fruto de nuestro sacrificio y pensamos: "la verdad que trabajé duro ésta semana", "fue una semana de locos", "no doy más", etc. Y es cierto, muchas veces terminamos la semana con las fuerzas agotadísimas, y otras veces quizás no tanto, pero lo que viene al tema es una reflexión con respecto a ésto, ¿De qué me sirvió todo ésto que hice?¿En qué ocupé mi tiempo?. Y las dos preguntas más importantes son ¿Para qué lo hice? y ¿Qué va a quedar de todo lo que hice? Estas preguntas son fundamentales para mantener el rumbo de nuestras vidas enfocado al lugar preciso.
Imaginemos que estamos de vacaciones en el mar, un día nos levantamos cuando está amaneciendo y vamos enseguida a la playa porque vamos a participar de un concurso de castillos de arena, comenzamos a construir un gran castillo lo más precioso posible, nos ocupamos de tal manera de que quede perfecto que no nos vamos sino hasta que comienza a anochecer. Sin duda fue un trabajo agotador, estamos listos para irnos a dormir y descansar profundamente. Luego de un sueño reparador, estamos listos para ir a observar nuestra obra que tanto esfuerzo nos costó. Llegamos a la playa, al mismo lugar en donde ayer levantamos el castillo, y resulta que no hay otra cosa que arena plana, sin forma identificable, y no hay rastro alguno de nuestra hermosa creación. Esto nos hace preguntarnos cómo puede ser que algo que nos costó tanto trabajo pueda haber desaparecido tan rápidamente sin dejar absolutamente nada. El problema fue que a la noche subió la marea e hizo desmoronar nuestra obra, llevándose la arena nuevamente al mar, por lo que la playa quedó como si nunca se hubiese construído ningún castillo.
Esto es lo que pasa en nuestra vida cuando construimos con el material equivocado. Nosotros muchas veces pensamos que hicimos lo mejor que pudimos y nos quedamos muy contentos con la obra que hicieron nuestras manos, pero al otro día nos damos cuenta de que ésto no sirvió para nada, porque cuando vamos a ver, el hermoso castillo ya desapareció.
El secreto para que las cosas que hacemos perduren está en las dos últimas preguntas hechas al comienzo, ¿Para qué lo hice? y ¿Qué va a quedar de todo lo que hice? Una se complementa con la otra, ya que lo que va a quedar realmente es lo que hice para Dios, el resto va a ser desechado por más hermoso que nos parezca. Si queremos que nuestros castillos duren para siempre, construyamos con el material adecuado, que es el material que está formado por el "para qué lo hice" cuando la respuesta es para Dios.
Quizás en la Tierra construyas grandes e imponentes castillos, pero lo que vale en el cielo es lo que queda después de que pase el mar.
Hagamos nuestros tesoros en los cielos, en donde ladrones no minan ni hurtan, y ni la polilla ni el orín corrompen, sabiendo que nuestro Dios es Todopoderoso y Fiel para guardar nuestro depósito para aquel día glorioso en que todos sus hijos seamos llamados a Su Gloria Eternal.
Anónimo.
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